Por años, las salas de clase han sido un refugio para el aprendizaje, el crecimiento y la confianza. Pero, a veces, esas mismas paredes pueden convertirse en el escenario de un peligro silencioso, disfrazado de amabilidad y cercanía. En Rancagua, un grupo de estudiantes decidió romper el miedo y alzar la voz contra un profesor que, con gestos de aparente cariño, cruzó límites que jamás debieron haber sido tocados.
La denuncia se realizó a través de redes sociales por parte de un grupo de alumnas, sobre el abuso que sufrieron por parte de un profesor de reemplazo de las iniciales E.F.M.A, acusándolo de actitudes inmaduras e inapropiadas dentro del establecimiento educacional.
Frente a esto, ellas conversaron con El Tipógrafo, para relatar y exponer lo que vivieron en carne propia, sobre el dolor de la manipulación y el abuso de poder. Es la historia de las niñas que lograron hablar para prevenir a próximas víctimas.
Nunca quiso ser su profesor
«Yo desde el minuto uno dije que tenía algo raro», dice una de las estudiantes. Sin embargo, como muchas veces ocurre, la duda quedó suspendida en el aire. No se puede acusar sin pruebas, sin certezas. Al principio, el profesor E.F.M.A. parecía solo alguien “distinto”, un docente más cercano, uno que quería ganarse la confianza de sus alumnas.
“Nos regalaba comida, nos trataba con cariño, nos escuchaba. Se mostraba como alguien en quien podíamos confiar”, recuerda otra joven. Pero la confianza fue el arma con la que él empezó a manipular a las menores de edad. Poco a poco, los regalos se volvieron excusas para generar cercanía. Los límites se fueron desdibujando. Las conversaciones dejaron de ser solo académicas y comenzaron a volverse personales. Demasiado personales.
«Me decía que yo era bonita. Que mi sonrisa podía enamorar. Que me trataría mejor que cualquier niño de mi edad». La estudiante recuerda esas palabras con un escalofrío. «Al principio no lo quería ver de esa manera, estaba cegada por la manipulación».
El profesor, de más de 30 años, ya no hablaba como un docente. Sus mensajes se tornaron más íntimos. Confesiones sobre su vida amorosa, sobre cómo le gustaba tratar a sus parejas, sobre su pasado sentimental. Contenidos que nunca debieron ser compartidos con adolescentes, con niñas.
«No lo veía de esa forma en ese momento», confiesa una de ellas. «Pero cuando supe que lo hacía con otras compañeras, entendí que lo que nos pasaba no era normal».
El día que todo cambió
Una de las chicas recuerda un traumático y confuso momento que vivió junto al acosador, ya que ella a raíz de una infección gastrointestinal decide irse a recostar a uno de los salones de clases, donde el procede acompañarla, pero se encontraban solos. «Yo le dije, me siento muy mal y necesito descansar. Entonces me recosté un poquito sobre la mesa y me dormí. Yo no sé qué hizo mientras yo dormía, porque yo tengo un sueño profundo y me costó despertar«, relata la estudiante.
Pero cuando ella comienza a despertar, comienza a sentir algo que jamás olvidara. «Me tocó las manos y el pelo. Yo la verdad por eso le digo, yo no sé, no estoy segura. En esa sala hay cámaras, pero eso pasó en diciembre y las grabaciones se eliminan cada 30 días. Entonces no hay grabación de eso, yo no sé qué pasó ahí. No le puedo asegurar de que sí o no, pero a menos de lo que yo recuerde, no tengo idea».
Varias de ellas ya sabían que el no era normal, que sus actitudes no eran la de un profesor, más bien, de un acosador. Sin embargo, uno de los detonantes para una de ellas fue la despedida del profesor. Aquel día, entre lágrimas y abrazos, el hombre tomó más confianza de la permitida. «Me agarró la cintura y en ese momento lo vi normal. Pero ahora no».
Ese mismo día, comenzó a seguir a varias alumnas en redes sociales, pero no a todas. No a los varones, no a otros profesores. Solo a las niñas.
El contacto se hizo más insistente. «Me respondía historias con comentarios inapropiados, me hablaba con demasiada confianza, me contaba cosas de su vida privada que no debió haber contado».
El peligro se hizo evidente. No era un profesor cercano, más bien, siempre fue un hombre adulto queriendo ser algo más que un ex docente.
Lo más difícil no fue soportar el acoso. Fue enfrentar el miedo. El miedo de ser juzgadas. De que nadie les creyera. De que, al hablar, la pesadilla empeorara.
Una de las estudiantes lamenta no haber frenado antes la situación. “Me siento culpable, me siento sucia, me siento asqueada”. Hay un nudo en su garganta. «Todo lo que no pude permitirme sentir antes, lo estoy sintiendo ahora».
El silencio es la prisión de muchas víctimas, pero ellas se negaron a quedarse calladas por más tiempo. Se apoyaron unas a otras y decidieron hablar. Hicieron la denuncia pública, avisaron al establecimiento y juntos lograron enviar los antecedentes a Fiscalía Regional para su investigación.
Esperando que se haga justicia
El caso no quedó solo en redes sociales. La denuncia llegó a los tribunales y fue aceptada por el juez. El establecimiento educacional tomó medidas y apoyó a las alumnas, pero el miedo persiste. «No sabemos dónde está ahora. Nos da miedo verlo en el centro. Es un hombre grande, fuerte. Y nosotras… nosotras solo somos niñas», dice una de ellas con voz temblorosa.
La denuncia no solo busca justicia, ellas explican que buscan advertir a próximas víctimas, o más bien, que ninguna otra institución lo contrate para trabajar con menores de edad. «Espero que todas puedan hablar algún día», concluye una de las jóvenes.